4.11.2011

El Cristo negro de Otatitlán

Sobre sus rodillas el cuerpo de Bernardina parece sucumbir. Arrastra ataviada de ropas campesinas su fe en el Señor de Otatitlàn. Viene a pedir un milagro ante lo que ella llama la imagen santísima. En la entrada principal se erige la efigie de un Cristo cementado, y detrás de la imagen las puertas permanecen adornadas por papeles purpuras.

Bernardina recorre con las rodillas roídas los metros del atrio hasta la puerta que a lo lejos luce oscura y poco a poco, en el fondo como artilugios de luz, muchas veladoras van iluminando la imagen lastimosa del Cristo negro crucificado, que tiene a sus pies centenares de flores. Mendigos, niños con el torso desnudo cargados por padres fervorosos, abuelos con sombreros de palma, ancianas con rosarios y ungüentos olorosos de vainilla, albahaca, sábila, son contemplados por el Cristo coronado en oro de ojos cerrados y ungüentos rojos de pintura sobre el cuerpo delgado y profundamente negro y brillante.

A caballo con niños colgados de costuras salientes de las bestias, sudados con bolsas de ropa y comida y recipientes de agua, sudorosos en peregrinación arriban desde los Tuxtlas los fieles a El Santuario, pero no vienen sólo del sureste, o únicamente de Veracruz o Oaxaca, vienen de Puebla, de Tlaxcala, del Estado de México, de Chiapas y vienen de las serranías, por que el Santuario es un lugar enclavado en la cuenca, en la periferia de dos estados, donde adoran también al Cristo milagroso los indígenas chinantecos y mazatecos.

En la entrada de la iglesia se arremolinan los vendedores de pepescas sacadas del rio Papaloapan. Bernardina viene de temascal donde un curandero le leyó en el maíz un mal hecho por espíritus a su esposo. Bernardina cree en dios, y el curandero que habla con los espíritus de los cerros fue muy claro. Necesita mucho más que unas hierbas protectoras, necesita unas velas de cera para El Señor de El Santuario.

Los peregrinos se levantan muy temprano mientras todavía humean en las inmediaciones de Otatitlàn sus fogatas, en hilera puestos como flores humanas sobre la tierra, se levantan los fuereños y arreglan sus camastros, que no son otra cosa que frazadas contra el chaquiste de la noche. Sus telares tienen impregnada la imagen del Cristo Negro. Caído el medio día se unirán a otros fieles que con mantas pintadas, con el nombre bordado de Cristo, cantaran por las calles del centro de Otatitlàn alabanzas al crucificado de mayo, al crucificado del rio, delegaciones de Loma Bonita y Tlacojalpan.

Bernardina, se presenta frente a la cabeza decapitada del Cristo negro, y las ceras con las que ora le queman las manos, se le derriten, y cierras los ojos y besa la cabeza de la imagen de madera quemada , encerrada en un ánfora con vidrios y plata, frente a ella decenas de hincados la siguen y cantan “ Si por tu sangre preciosa señor, nos haz redimido”, a los lados cuelgan telas, cartas, hojas de los milagros cumplidos. Bernardina pide perdón en mazateco su lengua materna y llegan frente al Cristo negro el puño de hincados, los niños lloran entonces y Bernardina se pierde en el Sahumerio.

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