1.30.2011
La sangre de los adivinos
Se nos revela la lengua y debemos escribir colgados desde los mástiles de barcos que deben hundirse. No somos ya más que el diablo mostrando la naturaleza del cebo y de los poros, el animal al acecho que vive en las orillas, y es un poco la sangre de los adivinos y los gitanos, diciendo en nuestras palmas somos los agitadores, diciendo en los cuadernos que escribir es el oficio de los falsarios, de los mercaderes de una ternura que no es esta, una ternura para encubrir la integridad del cuerpo como si tratara de una frazada de lana y es la suma de las cosas alumbradas por lámparas de tedio, que viene de la imitación, de los espacios de los dientes, del exceso a veces en que no dejamos nos vieran las entrañas y tomamos la lengua de otro, el amor de otro, la palabra de otro, la tristeza de otro, los huesos roídos de otro, para que nos acercara la bondad que no existe en los espejos, porque nuestra propia saliva nunca ha sido suficiente.
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