9.17.2009

Largas avenidas, apetito para ciegos, a tumbos la ciudad encuentra hombres para darles un adiós en el paladar. En esa casa te quedas tú porque no pudiste con el mundo y te encerraste. Sólo tienes en tu libreta unas letras borradas, ya crees que nada resiste al albedrío y la felicidad por fin te reveló la formula: “consiste en olvidar, consiste en olvidarnos”, y tus pensamientos únicamente son una extensión de tus carencias, porque te quedaste fascinantemente solo, con tus huesos, con el cebo detrás de las rodillas, y tus lentes a la Harold Lloyd. Cruzaste la calle antes que se pusieran a andar los trenes y fuiste incapaz de cerrar las puertas del todo, que se lleven tu vida vieja, tus trajes marquesinos, si se pudiera, si alguien entrará y te robará lo que te compraste el último mes, lo piensas. Al inicio de la mañana sabes que el autobús carga con los pasos austeros de obreros que exponen la víscera en alguna industria siderúrgica. Vas al fondo exagerando tu lirismo, lamentándote la metáfora de tu excitación en contraespejo, ahora miras a esa chica rubia que se pinta los labios, una vez, dos veces, tres veces, y cierras los ojos, levemente los cierras, comprendes que no es necesaria tu hambre, que no importa la dignidad o el exterminio.

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