Es el magnetismo, la luz impermeable que significo desde siempre su cuerpo, ella piensa que de su belleza nadie puede deshacerse, sobre todo él que desde la primera vez que la vio le confesó debió aguantarse las ganas de tocarla y hacerla suya a pesar de que era entonces casi una niña, algo siempre hubo de eso, no era la simple pequeña de las coletas, era la niña que al morderse la boca había que voltear a mirarla, pensarla atravesado por ternura y por fuego para acabar tendido sobre sus pechos blanditos, cubrirle las piernas, imaginarlas saliendo del baño oliendo a rocío.
Siempre hubo algo de eso, ella lo describía como magnetismo, como una conexión del karma, no había ciencia, debían los hombres postrarse y desearla sin remedio, aunque ella no lo notara, aunque no supiera con que palabras acomodarse para no sentir miedo y necesidad.
Cuando Ademir le hace regalos le jura son obsequios que nunca le ha hecho a otras. Regalos extraños como un Cristo tallado en madera mediterránea, collares de oro con la imagen del santísimo, delantales de cabareteras que enseñan las nalgas al servir los tragos.
Ella sabe poco aún de estas cosas, de deslizarse, de acostarse cerca de la costilla de un hombre que no sea Ademir , sin embargo los fines de semana entran al motel y se pone vestimenta de gatita, lo ama desde la curva, lo obedece desde un dialogo sin acertijos, con él aprendió a darse cuando tenía quince años y estaba sentada a las afueras de la iglesia y él se acercó a hablarle de las flores primero, poco después de cine, hasta que un día de forma casi paternal le dijo se quitara el calzoncito y puso sus manos en el sexo con vellos en creciente.
Ademir la moldeó irremediable y perniciosa, pero adecuada a tu tacto, se volvió el padre y el hijo y el espíritu santo que lengüetea el triangulo hasta volverla loca, coloca el mortero y dispara como marca imborrable sobre cuerpo o memoria. Y ella adicta, espera ansiosa los fines de semana para acudir a aquel cuarto y enseñarle ropa nueva, chiquita, decirle mordiéndole las orejas le gusta cuando habla de santidad mientras la penetra y ella en silencio hace como que reza o gime o siente la vida, o se sabe el postre de pancito blanco.
Cuando le tiemblan las rodillas, Ademir la besa, entra en su cuerpo y ella derribada y tendida cabalga sobre sus sueños, siempre quiere más de eso que una vez fue nuevo y recuerda Ademir le dijo que si era tibio y delicioso no podía ser malo. Ella piensa que de su belleza nadie puede deshacerse , menos él a la que ella le ha dado todo y aunque a veces se pregunta cómo será el futuro o el infierno, ha dejado de tener miedo, y no siente esa pena del principio ,de cuando iba en carretera con él antes de llegar al motel de las afueras y lo abordaban algunas personas.
- ¿Como esta señor cura ?– le decían entonces- ¿ quién es la hermosa niña?- Preguntaban.
- Mi ahijada – Sigue respondiendo Ademir todavía.
qué humano y... lo que sea, deja este blog pronto y a lo que sigue.
ResponderBorrarte adoro
no solías decir que no se puede evitar lo inevitable?
ResponderBorrares el magnetismo.
uf!! buena historia!!
ResponderBorrarcariños