En la ciudad un hombre intenta romper el silencio y es una fotografía de la vacuidad. Se desliza por las casas, repta en las esquinas de las calles que dan al mar. La tarde impone su hora de comer y las mujeres regresan al trabajo con tipos en la sombra que corren tras de ellas para que los complazcan, con algo de bajeza y miradas que pueden matar, con algo del trafico en la prisa por tocarlas.
Aquel hombre descubre en ese instante los altos edificios que rodean la periferia, se mira en la casa, recuerda la noche anterior que desde su ventana el cielo parecía un planetario, con estrellas brillantes dejando luz a la espalda desnuda, arrojándole a los senos de su mujer el tono claroscuro, que era algo de saliva, lamedura iluminada en las vísceras que el supone no se saben secas.
Se mete en su ruido y se da cuenta el corazón con que ama es una urna de polvo y de calor apunto siempre de hacer combustión. Detrás de la falda de su esposa que regresa de un lugar cercano queda un poco del semen de otro tipo que acaba de montarla. Ella le sirve la comida, le dice que lo ama y mira como se aleja a tomar el camión al trabajo, cuando el sube con sus zapatos boleados y el autobus se va, ella siente en su sexo una línea de rabia, un calambre quedito que le roza, como un dedo mágico.
Aquel hombre insiste en ser feliz, sabe lo que ha sido quebrarse, probar el polvo, las cloacas, despertarse a las seis de la mañana para caminar en blanco impecable los muelles hechos pedazos por la sal, el piensa a veces que su vida es como gato cayendo al suelo desde lo alto de un faro, el piensa que después de cada colisión alguien, - dios seguro- colocara su cabeza en el mismo lugar.
Su mujer mientras él trabaja, no dice palabras, lo espera, siempre, lo espera a su manera, pero lo espera, se vuelve un ángel con las piernas abiertas y es un poco aquella secretaria de senos bonitos que sale del banco con el sexo ardiendo por la forma en que el gerente pudo atraparla.
El hombre que la toca en ausencia de ese que se cree un gato cayendo veloz del faro que guía los marinos a puerto, le lava las vísceras con agua oxigenada, dibuja su silueta como el aire lo dibuja un cuervo.
La vio cerca del mar con el vestido entallado, las nalgas pidiendo con urgencia algún filo, luchando como siempre contra ella misma. La supo una muñeca rota, pulpa de tomate, pezones de frambuesa. El sabe poco del amor, sabe que es la punta del triangulo, sabe que ella necesita por las tardes una luz de bengala, que sus ojos en la noche dormirán al tigre, que es preciso saber que hacer con los escombros, los espacios que nadie ocupa, el cuerpo que siempre esta en llamas.
no es cierto que no me gusta lo que escribes, si así me enamore
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