Es irreductible el significado del amor en las fronteras; propone una imagen que de forma inexplicable dura y se consume y cambia sin cesar. Fronterizo por segundos queda en puerta la vida hilarante, monstruosa, combativa; etéreo el paso, las traducciones de todos los que somos, aquí y allá al transito del puente o de la línea. Esa es la contundencia de la orilla para sesgarnos: poner a uno en tal lugar y al otro un tanto más lejos, como la fascinante naturaleza de todos los destinos. El hombre que queriendo estar al margen del camino vuelve embrujado por el amor que siempre llevo consigo recorriendo carreteras y aire. La antropología propia del amor sobre fronteras es divisoria, contestataria. Amantes que desde la geografía real y separatista circulan también el hálito del sueño. Amor que pugna por el alargamiento de las cuotas, el aumento de las dosis de miel con palabras y promesas, o incluso la desmedida bravura para romper las bardas, el mar y los kilómetros a bocanadas de deseo, siempre el deseo. Amantes que desde la forma impenetrable postergan la angustia, arriman al diván ese despojo que es la ausencia del otro y de si mismos. El cuentagotas de tenerse al menos cuando concluyen los párpados el día.
Los linderos que son siempre fuegos indomables contra la cesantía al principio de todo alejamiento y los extingue descarnados y traslucidos, con una vehemencia o una nostalgia por los tiempos que se han ido, y cuando vuelven traen otro clima y otra forma de atizar la circunstancia del cuerpo, que también fronterizo reivindica la disciplina de la espera con el corazón puesto bajo cubierta. Traducida la línea, la distancia es mortal y ausente. Hace que los amantes se anticipen al contacto- primerizo o en rencuentro- con la misma declaración de principios que consiste en mirarse agitados, temblorosos, invisibles, pertrechados con una ternura que es de cielo y de tierra. No es sed, sino agua incapaz de contórnese en cualquier cántaro.
La frontera que frente al océano es una mirada tendida hasta el horizonte sobre los riscos, las islas y los continentes. Sobre el punto de locura en la soledad la respiración sabe del alma del otro, la piel posible en un mundo imposible, la piel probable que separa como una muerte, y nuevamente el costado pertinaz y fraccionado capaz de tener los corazones en vilo por aquella presencia que no reside a nuestro contacto. La transición de uno y de otro como único festejo de amor perdurable.
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