El tiempo al parecer se ha vuelto presentar la vida frente al pelotón de fusilamiento con el pecho descubierto para ocho rayos como balas, sin importar si se es de aire o de agua, sin saber de que están hechas las sombras que desprenden las costillas, cuantas veces fue Chiapas el niño hambriento o se descompusieron camionetas rumbo a Centroamérica con las alas en las mochilas. Sin que importe cuanto quede de los restos de la casa y de la hierba.
El tiempo es según acabar en los giros, sin importar cuantos viajes hay en estas piernas, cuando queda del polvo de Tijuana, del desierto del Sásabe, del frío de Toluca o la ausencia de Mont- Royal, sin importar cuando quede de Oaxaca y las serpientes, del Puerto y las raíces, del DF que dura tantos días, de Pientra Neamt llena de serbias con sus senos blanquísimos, de los vuelos al caribe que siempre terminan en marino o de Guadalajara y las luces tenuemente heridas, o Buenos Aires que siempre quedó más lejos que la luna, del Madrid de celofanes con el tren que acabo por llevar a nadie y la Habana vieja con sus treinta noches y Caracas a la que siempre le hace falta ella.
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