8.13.2007

Lloverá donde la tierra este más seca.

No fue fácil bajar los elevadores del hospital y entender en silencio que la muerte es la única cosa que acomoda las piezas, soportar el peso de esa verdad que fueron tus ojos cerrados, saber que se acabó la ternura, la luz para encontrarla , asimilar que ya no te despiertas, que te cubren el pelo blanco, que te cubren toda y dos extraños te llevan detrás de las paredes y estás fría, destensada, pajarito y muda y yo no sabía que era eso de romperse tanto y de esta forma y a esta edad, cuando la muerte era cosa de la infancia y de recuerdos que marcaron distinto.

Revelar que la vida ocurre a expensas del sueño, que sucede aún contra nuestra voluntad y nuestra prisa, contra todo el plan que tenemos para mañana y no es otra cosa que estibar el egoísmo más aéreo. Perpetuar la fragilidad que contuvimos siempre. Y los recuerdos siguientes tienen que ver con una cruz de cal en el piso de tu sala y el sonido de la tierra y cuatro veladoras y esas oraciones que deje de entender cuando me supe solo como ahora.
Yo sé bien que no querías morirte, pero nadie mejor que tú sabias que estas eran tus últimas lluvias y estaba doliéndote y nos dolía vieja, porque aunque todos decían que estabas sedada yo sé que me escuchaste cuando te dije que a tu lado estábamos todos como siempre quisiste, yo sé que me escuchaste por que lloraste despacito y pude creer por un segundo en dios y en los milagros .
Hoy que ellos te lloran yo te llevo en las barrancas que soy por dentro, y me quedo con la noche en vela que cuidándote me pediste agua y me hiciste saber que a ti también te gustaba la lluvia. Porque en los últimos días no fuiste mí abuela, fuiste mí niña de los brazos hinchados y los pulmones oscuros. Mí niña entubada que se extinguía con esa serenidad que tienen los que dialogan con lo muerto, mi niña a la que había que mojarle los labios sangrantes y secos, besarle los pies en despedida, cubrirle despacio el torso desnudo.
Yo hoy no voy a acabarme en promesas contigo, ni diré cuanto me dueles, cuanto. Los dos sabemos cuanto. Me enseñaste que en la vida uno muere primero y yo mí vieja en un rato te alcanzo.

4 comentarios:

  1. No puedo imaginar el monto que te cobró la vida por esta pérdida, creo que hay muchas cantidades que aún no pueden (ni podrán) calcularse, y sobre todo por lo que respecta a las pérdidas, porque mientras andamos, son pocas las estrellas que nos alumbran... Pero yo, si opino, que no se apagan, comienzan a esconderse de vez en cuando hasta que tarde o temprano (como dices) podrás brillar a su lado.

    Siguen sin salir las palabras de aliento, pero te dejo pequeños rastros de mi con estas cuantas...

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  2. Es mucho lo que se siente aunque se diga poco...

    Sigo cerca, ahora desde "casa".

    Abrazo que remiende,

    OA

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  3. me has descorazonado, sé que las llamadas y los correos, y todo eso a veces no basta, es lo malo de los kilometros, pero sabes que estoy contigo, como ayer, como siempre.


    Extraño Xalapa y te extraño

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  4. Siento comentar después de casi un mes de su partida, pero quiero que sepas que tu escrito me ha leído. Es como si lo hubiera escrito yo. Mi abuela también se me está yendo y cada vez menos la veo como la que me cuida a mí y más como una "niña" con quien tengo que tener cuidado, no vaya a ser que algo que haga o diga mal pueda marcarla para siempre en el camino a su futura vida. Te deseo que la recuerdes con amor toda la vida y que te sirva todo lo que te ha enseñado, porque si es tu abuela, ¡te tiene que haber enseñado tantas cosas! Un abrazo.

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