Uno nunca esta al corriente.

Todo aire nuevo se acaba, deberías darte cuenta de algún modo, en la forma que pones los envases, sirves el agua, caminas en la lluvia, repartes los pedazos que quedaban del corazón y las canciones, como usas las letras en las cartas y el berrinche que viene después, como recuerdas el café de tantos otros con la azúcar negra. Es el soplo revuelto de la extinción de las cosas, el caminar perpetuamente en la línea sabiendo que acabarías por soltarme y yo dejaría que lo hicieras con una rabieta de leproso al que la carne se le cae en pedazos y debe ser de pronto un astronauta colgado en las torres de un periférico, un perro alarmado que te imagina niña en el automóvil de tus padres con la mano arriba diciendo adiós con los calcetines puestos porque hace frío, que te imagina vieja en un sillón con tus hijos y tus nietos bendiciendo la comida o cualquier otro lugar donde seguramente estarías mejor que cerca de aquí, porque aquí el heroísmo tiene que ver con fonógrafos antiguos, con hablar solo sin ruido y sin uso, con la formulación del arte y la vida en polos opuestos y uno nunca esta al corriente.

Es cierto se me acaban los estragos de mariposas difuntas, se me acaba el aire del cuarto, se me acaba tu pelo suelto en el urdimbre, las mujeres que florecían por un poco de estas venas y estas manos, se me acaban las ganas de necesitarte y decirte y decirte y decirte: todo esto me cuesta tu cuerpo en el espejo, y es la sonrisa atravesada, las camisas redentoras que se desprendieron, sigo siendo el lobo que nunca te llega a comer cuando sueño, porque al igual que tú cuando me cala la soledad y la lejanía comprendo pocas cosas y soy la habitación mas oscura e impenetrable donde se podría correr mil años en círculos con los brazos abiertos.