7.20.2007

Tía Luz

Nunca entendí bien el amor que tenía tía luz por los canarios, nunca entendí porque para llegar a su casa había que caminar tanto y como ella nunca se cansaba, tampoco entendí su gusto para hacer de su patio un zoológico de aves, todas con nombre y apellido diferentes, con las que ella solía platicar en las mañanas, concierto matutino que seguramente había hecho menos difícil la vida de Martín y Malena: huérfanos negros que tía luz crío como a unos hijos y los rescató de las tabacaleras de don Duco. A tía luz no había que entenderla. Cuando decidió irse al mar a pasar su vejez, soltó a sus pájaros y todos nos sorprendimos, ahora sé que fue un acto de libertad y de amor inexplicable, su casa quedo entonces silenciosa y vacía, con una gris limpieza en el patio y cierto loro viejo que regresó por meses buscando su jaula lavada, pero nunca más volvió a cantar. Malena y Martín atendieron la tienda hasta que quedo sin mercancía. Abrieron un mesón algunos años, luego lo hicieron pensión de señoritas, después cuarto de refugiados cubanos, lo alquilaron como refinería. Hasta que un día cerraron la casa y desaparecieron con un amor sospechoso.Tía luz era buena, a pesar de haber crecido en la barranca empuñando la pistola, alerta de los cristeros que quemaban las casas de los herejes y los jodidos. Solía exagerar con los mosquiteros pajizos y ese olor a resina mojada en los pisos, que según ella alejaba a la canícula. Admitió serena la viudez del único hombre que la toco en la vida y durmió con su retrato amándolo como el primer día en que durmieron desnudos en la pesadumbre de estas montañas.
A veces me gusta cerrar los ojos y mirarla dentro del monte con un canario amarillo y chillón, sentarme en el comedor y esperar que me sirva guisado con el cucharón enorme. Verla vender el pan dulce y regañar a Malena y a Martín por tomarse de las manos en la masa caliente, me gusta creer que aún canta entre sus pájaros.

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