Recuerdo bien el día que nos fuimos, algo del fuego permaneciendo en el aire, la zona iluminada de la casa con todos sus fantasmas y sus restos totalmente descubiertos por que nos íbamos y no había lugar para acomodar la infancia y la lluvia, escondiendo el pasado en el paisaje con tormentas que lo habrían de desenterrar. El reloj de níquel marcando las once con un tic tac estruendoso. Los espacios callados de los cuartos, ensombrecidos porque volaban los tristes, con la única constancia del silencio, la urgencia de decir algo que no sabíamos que. Recuerdo bien el día que nos fuimos, el polvo viejo del cuarto de mis padres , la alacena limpia, el piso como si nunca hubiera habido pasos, intentando agarrar todas las hojas que se enredaban del viento al suelo , llevarse algo, lo que fuera. Algo que conservara el rastro que ahí comimos, fuimos felices, vimos nacer a dios un diciembre y hubo nueve noches seguidas un padre nuestro y la larga pared para llorar a puños.
Recuerdo los brazos de mí madre acomodando en las cajas frascos de tierra romana, regalando las lámparas finas, las pinturas de Joan Miró, el San Judas Tadeo desvencijado, el libro soviético que nunca entendió. Metiendo la cámara fotográfica de mi padre en el compartimiento menos frágil, con miles de fotos antiguas que no se habría de llevar. Recuerdo el juramento de nunca volver, las espinas de la flor cayendo sobre el féretro días antes de tanta soledad descocida del cuerpo que se escapa, los cohetes de don Eulogio en la procesión, las casas, los perros, la tumba que se iba quedando atrás sin nosotros.
Recuerdo bien el día que nos fuimos, como si no hubieran pasado los años y estuvieran aquí los retratos de comunión ardiendo, la hogaza de pan servida en la mesa en los últimos platos de lo que fue la vida, los muebles más viejos tapados con mantas de lana, acomodados de tal forma que el vació tuviera más espacio en nuestro cuerpo que en los objetos . Recuerdo el patio el ultimo día con su hierba crecida ya no profanada por unas manos vivas, las campanas de la iglesia sonando, rompiendo el silencio de nuestras bocas y corazones mudos, el sol cortado como un vidrio en la reja oxidada, cortado como una luz cortada por el peso de las maletas negras afuera de casa y el claxon de la camioneta que nos llevaba sin despedirnos de nadie. Recuerdo los juguetes tirados en una bolsa, donde bien cabía el amor, un cristo y todas las noches que lo que había sido el mundo
Sabes? Es tal la conmoción que me causan tus palabras que las mías se escabullen dando paso a un nudo que si no freno, sin duda se convertiría en lágrimas.
ResponderBorrarQuizás es que también yo me fui pero aún sigo, quizás es que mi reloj que no es de níquel marca exactamente las once y el tic tac sola lo oigo.
Fuimos felices, volveremos a serlo.
OA
... que lo que había sido el mundo se había quedado escrito en el pergamino que flota a la deriva dentro de botella, con los pasos y los corazones itinerantes...
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