Mar adentro la noche reconoce al puerto por sus luces amarillas, sus trasnochados, los vagones de astilleros, los travestis de nalgas desiertas, sus policías gordos y sus muchachas alocadas de senos sin poesía. Esta ciudad esta enferma y le da risa, se cura por meses milagrosamente y luego enferma de nuevo. Padece anemia, languidez y nostalgia por el pasado, en tanto el presente puja y obliga a correr a los que se van durmiendo. Quizá su padecimiento silencioso sea el exceso de celuloide y esa gravidez de gitanos que nos arremete cuando comenzamos a amarla.
La niebla era densa y estática. Parece que siempre es romántica y misteriosa. Había golpes de luz amarilla y se formaba una atmósfera inquietante entre lo negro de la noche sin estrellas, el gris de la niebla, los colores opacos del barco entrando a la bahía y los grandes equipos cargadores, que se movían silenciosamente como paquidermos azules. Entonces percibí que todo aquel cuadro bellísimo, extraño y enigmático me provocaba sólo miedo. (Pastor de Moya, Buffet para Canivales)
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