1.02.2007

El rojo y la ceniza

I.
De algún modo la punta de tus dedos no es la misma al enterrarse en el charco de agua y tú cuerpo ya no sabe como explicar en su contorsionismo que te sigas imaginando en esa casa recogiendo las hojas secas para hacer separadores de libros, como si de esa manera saltaras al espejo, blandieras lo que queda de la lluvia y de los mapas, las cosas que no puedes contar y siempre traen el rojo y la ceniza, las mujeres que te guardaron, la delgada línea del combate, el paisaje puesto en marcha y esos huecos en los ojos donde se cuela la luz y son una carretera muy larga con gente que vive al margen de todo.No te importó nunca el pecado original y rezaste y volviste a pecar con todo el dolor de cada tendón, tú manera de cuidarte fue tomando todo a la ligera, mezclando la saliva con la calle, tomando distancia en este desierto, contando tus sueños o recuerdos como en esa vieja película de Bergman, Fresas salvajes, en la que un anciano cuenta su vida a punto de morir con angustia, temblor y felicidad.

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