2.28.2006

Mamà Chata

Mamá chata se pone feliz cuando voy a visitarla. Me dice que reza por mí a las ánimas benditas del purgatorio. Insiste en que me hará una limpia con albahaca para que se me alejen las malas corrientes. Sin embargo ya no es lo mismo a cuando era un niño. Ya no me cuenta historias sobre sus ancestros de Jamapa, las travesías para cruzar el río en las crecidas, los revolucionarios que se llevaron a su padre y lo trajeron inerte para que lo sollozarán los hermanos que incluso no nacían. Ya no me unta incienso en la panza para el empacho, ni me pone un lienzo rojo en las muñecas cuando hay eclipses. Ha dejado de buscar naguales en las noches cerradas, aunque sigue poniendo un vaso de agua para los niños que murieron sin bautizo. Yo le alego sobre lo sucio de su colección de fotos y le cambio las flores al altar de la Guadalupana. Combato con su costumbre de pararse a las seis de la mañana a mirar por la ventana a ver si un hijo vuelve y en el silencio difiero con su idea de dios, pero cuando Mamá Chata extiende su mano para bendecirme, me arrodillo. Alguièn que en ochenta y cinco años de vida sigue teniendo compasión en los ojos no puede equivocarse al invocar lo divino.

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