Fue
tú casa una pequeña habitación de soltero rodeada de vecinos a los que no les
gustaba hicieras el amor en voz alta, anduvieras junto a ella, ambos desnudos
queriendo ser felinos marcando el terreno con el sudor del cuerpo y la imagen
profana del sexo. Vecinos a los que no les gustaba pusieras tu grabadora con
Buffalo Soldier en la línea última del volumen, aunque fuera tú única reliquia
electrónica y la única música diferente en todo el Paradero de Marinos.
Tenías
pocas cosas, una estufa aparatosa cuya única ventaja era un horno capaz de
dorar cinco pavos en navidad y que tú la usabas para guardar los platos de
vidrio, el recipiente de peltre que te heredó natita para contener los
espíritus. Y la cabecera de cedro en tú cama desde la cual podías oír el juego
amoroso del departamento de al lado desde siempre. Los viejitos que se gritaban
y de tanto callarlos un buen día ya no hablaron nunca y tuvo que venir la
ambulancia a sacarlos ya tiesos en el absoluto silencio cómplice de morirse al
mismo tiempo, rabiosos, lucidos y amorosos.
Los
vecinos que llegaron entonces en época de nortes y ponían a llorar a sus bebes
para coger a gemiditos. Porque el llanto de bebes era el único ruido que el
edificio soportaba, alegando que tenían bastante con la arena chocando en la
pared, chillando en las ventanas. Alegando cualquier cosa que fuera, para sostener
una privacidad que no podía ser en territorio y entonces lo era en mantenerse
callados en santa mansedumbre.
Cuando
ella llegaba a verte cerrabas las cortinas de apacejo. A veces dejabas la
ventana abierta, pero eso sólo fue al principio cuando te decía que tu cuarto
era chico y le asfixiaba, que el bochorno de calor impregnado en los techos de
hormigón a gran altura sostenidos por vigas que permitían una escasa
ventilación. Eso era al principio, cuando no podía soportar el clima encerrado
en tú jaula, así fue hasta que se dio cuenta que estar desnudos y a solas
bañados por la estela calurosa y amarillenta del día al morir era una forma de
romperse en sueños, lamer rudimentarios la primera sal, primitivos, para desear
tumbarse en el piso frío sobre las espaldas y dar vueltas y vueltas, desnudos
como peces o caballos de piel húmeda, corceles limpiando el polvo y el sudor
con esa extraña felicidad de quienes saben vivir sobre tinieblas en la esquina
más inflamada y miserable del mundo.
"Así fue hasta que se dio cuenta que estar desnudos y a solas bañados por la estela calurosa y amarillenta del día al morir era una forma de romperse en sueños..."
ResponderBorrarQuizás tu jaula pueda ser el cielo,
a pesar que afirmes que el cielo queda lejos de ella...
como peces o corceles..
ResponderBorrarme quedo con su maravillosa frase: "con esa extraña felicidad de quienes saben vivir sobre tinieblas..."
Un beso, desde esta equina del mundo
Tenia tiempo de no pasar por esta su casa, estimado. Veo cambios agradables, y la misma consistencia en la tesitura de su voz.
ResponderBorrarUna y otra vez, inevitablemente, me quito el sombrero con genuina admiración.
Yo conozco este cuento.
ResponderBorrarTú y tus tácticas de seducción.
Eres el mejor poeta de la red :P :) (L)
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